jueves, 25 de diciembre de 2008

Centro


El verdadero enemigo de la Navidad no es patriótico, no es político ni cultural: es térmico. No es agitando la bandera de las tradiciones “propias”, nuestra hostilidad al consumo capitalista o nuestra fobia a los cónclaves familiares masivos como deberíamos enfrentar la Peste Navideña: es exhibiendo nuestras laxas lenguas de perros sedientos, nuestros lamparones de sudor, nuestras musculosas fétidas, nuestras bermudas, nuestras havaianas y también, por supuesto, esgrimiendo como pruebas rotundas los estragos que un menú inspirado en las necesidades calóricas de un bávaro remoto y tembloroso no puede no hacer en el aparato digestivo de un porteño insolado que echa humo por las orejas y engaña a su jefe hundiendo las patas en las fuentes del microcentro de Buenos Aires.

Alan Pauls

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